Todavía se sigue
fabricando imaginario colectivo con la tragedia del Titanic. El
primer gran crucero de lujo, que había batido todos los récords (el
buque más rápido, el más grande, el que más personas podía
llevar, el más lujoso...) se hundió sin remedio en el fondo del mar
llevándose la vida de muchas personas y dejando historias tiernas,
amorosas, pasionales, solidarias, pero sobre todo, trágicas. La
muestra Titanic: The exhibition, expuesta
en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, demuestra que se puede
seguir creando imaginario del trágico accidente, que se puede seguir
"sacando chicha" de aquel suceso. Se suma, de esta manera,
a las películas, cuadros, fotografías y demás representaciones y
alegorías que han ido sucediéndose durante más de un siglo. La
exposición no tiene nada que objetar; la recreación del ambiente es
fantástica, un ambiente en el que se mezclan objetos reales
rescatados del fondo del mar con otros de atrezzo que completan la
escenificación. El recorrido audiovisual también es bastante
completo, así como la cantidad de datos que se manejan y lo bien
explicada que está la tragedia. Hasta ahí la parte didáctica, la
cultural. Cualquiera que se centrara en estos aspectos acertaría de
pleno si dijera que se habla de una exposición didáctica, de
cultura.
Sin
embargo, algo parece no encajar con el mundo cultural propiamente
dicho, cuando, en un momento determinado, te encuentras con una
figura de lo que parece el capitán del barco (que es idéntico al
actor de la película homónima, quién sabe si mi imaginario me jugó
una mala pasada o el capitán era realmente igual al de la película);
además, las historias tienen un componente personal, son una
narración perfecta de la tragedia hecha serie de televisión, con
guiones cargados de romance, pasión, dolor... algo que se sale del
didactismo histórico. Pero cuando uno se da realmente cuenta de
dónde está es en el momento de la foto en la cubierta simulada del
barco; o, mejor dicho, el moemnto es cuando sacas la billetera para
pagar los cinco euros que cuesta la imagen. Ppuro negocio hecho
didactismo. O didactismo y cultura hechos negocio, he ahí el fondo
de la cuestión. Las exposiciones comerciales forman parte del
negocio, ya que son en sí mismas un producto que se compra, se
vende... La muestra no es una muestra cualquiera, una serie de
cuadros de Duchamp o Kandinsky, sino que todo se parece más al
decorado de una película que al interior de un museo o un centro
cultural. Durante el recorrido, bastante más largo que el de una
exposición habitual, te encuentras sumido en una película, una
sensación que la famosa película de Cameron te ayuda a reforzar,
algo que no se le ha escapado a los encargados de la muestra.
¿Está
el negocio, el mercado propiamente dicho, controlando también la
cultura?, o ¿está la cultura aprovechándose de las estructuras y
herramientas, de los medios del negocio? La cultura, como todas las
crreaciones de la humanidad, y la humanidad en sí, se ha visto
subyugada a depender de los mercados y de la economía, por lo que no
sería de extrañar que utilizara las mismas herramientas que
cualquier marca o producto para salir adelante. Pero también se
puede pensar que son los infinitos tentáculos del mercado los que
han atrapado a la cándida e inocente cultura, que se pervierte con
escenarios sacados de película e historias adulteradas para que
causen un mayor impacto en los ya de por sí sorprendidos (recordad
que y han visto la película) visitantes. Sea cual fuere el caso,
estamos ante un nuevo paradigma. La exposición es entretenida porque
pertenece al entretenimiento y se nutre del mismo. Llamarla cultura
supondrá un sacrilegio para algunos, algo extraño para otros y algo
perfectamente normal para el resto. Lo que está claro es que separar
el binomio cultura y negocio cada vez se hace más difícil, y más
cuando el auténtico capitán del Titanic (juzgad si es el de la
película o no) te recibe a la entrada de la exposición, en cuyo
final te espera una foto para inmortalizar que una vez fuiste parte
del Titanic, de la película.
Alexis amigo el negocio esta en todas partes... la cultura lamentablemente no esta exenta, lo malo es como la influencia de los empresarios culturales merma en extremo el talento y el poder creativo de quienes creemos en realidad en el desarrollo cultural para las nuevas generaciones y un mundo mejor... por eso disfruto tanto cada uno de mis viajes a Tailandia pues en las calles se huele cultura de la real, de la que viene de los zonas más desposeídas y que respira en cada pieza la autenticidad cultural que solo se puede expresar cuando se ama lo que se hace.
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