miércoles, 20 de enero de 2016

La cultura en el negocio, o el negocio en la cultura

Todavía se sigue fabricando imaginario colectivo con la tragedia del Titanic. El primer gran crucero de lujo, que había batido todos los récords (el buque más rápido, el más grande, el que más personas podía llevar, el más lujoso...) se hundió sin remedio en el fondo del mar llevándose la vida de muchas personas y dejando historias tiernas, amorosas, pasionales, solidarias, pero sobre todo, trágicas. La muestra Titanic: The exhibition, expuesta en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, demuestra que se puede seguir creando imaginario del trágico accidente, que se puede seguir "sacando chicha" de aquel suceso. Se suma, de esta manera, a las películas, cuadros, fotografías y demás representaciones y alegorías que han ido sucediéndose durante más de un siglo. La exposición no tiene nada que objetar; la recreación del ambiente es fantástica, un ambiente en el que se mezclan objetos reales rescatados del fondo del mar con otros de atrezzo que completan la escenificación. El recorrido audiovisual también es bastante completo, así como la cantidad de datos que se manejan y lo bien explicada que está la tragedia. Hasta ahí la parte didáctica, la cultural. Cualquiera que se centrara en estos aspectos acertaría de pleno si dijera que se habla de una exposición didáctica, de cultura.

Sin embargo, algo parece no encajar con el mundo cultural propiamente dicho, cuando, en un momento determinado, te encuentras con una figura de lo que parece el capitán del barco (que es idéntico al actor de la película homónima, quién sabe si mi imaginario me jugó una mala pasada o el capitán era realmente igual al de la película); además, las historias tienen un componente personal, son una narración perfecta de la tragedia hecha serie de televisión, con guiones cargados de romance, pasión, dolor... algo que se sale del didactismo histórico. Pero cuando uno se da realmente cuenta de dónde está es en el momento de la foto en la cubierta simulada del barco; o, mejor dicho, el moemnto es cuando sacas la billetera para pagar los cinco euros que cuesta la imagen. Ppuro negocio hecho didactismo. O didactismo y cultura hechos negocio, he ahí el fondo de la cuestión. Las exposiciones comerciales forman parte del negocio, ya que son en sí mismas un producto que se compra, se vende... La muestra no es una muestra cualquiera, una serie de cuadros de Duchamp o Kandinsky, sino que todo se parece más al decorado de una película que al interior de un museo o un centro cultural. Durante el recorrido, bastante más largo que el de una exposición habitual, te encuentras sumido en una película, una sensación que la famosa película de Cameron te ayuda a reforzar, algo que no se le ha escapado a los encargados de la muestra.

¿Está el negocio, el mercado propiamente dicho, controlando también la cultura?, o ¿está la cultura aprovechándose de las estructuras y herramientas, de los medios del negocio? La cultura, como todas las crreaciones de la humanidad, y la humanidad en sí, se ha visto subyugada a depender de los mercados y de la economía, por lo que no sería de extrañar que utilizara las mismas herramientas que cualquier marca o producto para salir adelante. Pero también se puede pensar que son los infinitos tentáculos del mercado los que han atrapado a la cándida e inocente cultura, que se pervierte con escenarios sacados de película e historias adulteradas para que causen un mayor impacto en los ya de por sí sorprendidos (recordad que y han visto la película) visitantes. Sea cual fuere el caso, estamos ante un nuevo paradigma. La exposición es entretenida porque pertenece al entretenimiento y se nutre del mismo. Llamarla cultura supondrá un sacrilegio para algunos, algo extraño para otros y algo perfectamente normal para el resto. Lo que está claro es que separar el binomio cultura y negocio cada vez se hace más difícil, y más cuando el auténtico capitán del Titanic (juzgad si es el de la película o no) te recibe a la entrada de la exposición, en cuyo final te espera una foto para inmortalizar que una vez fuiste parte del Titanic, de la película.




lunes, 18 de enero de 2016

Los hermanos Karamázov: teatro reencontrado

La espectacularización se ha apoderado de todo. En los géneros informativos, en el periodismo, el infoentretenimiento se ha erigido como el formato que más periódicos vende y que más audicencias da. Las tertulias políticas generan la misma expectación que un combate de boxeo, donde los periodistas y políticos, reducidos a la figura del tertuliano, una suerte de personaje-tipo, se pelean descarnadamente en un combate dialéctico mientras miles de personas deciden quien es el ganadr (¡Viva la democracia!) a través de sus comentarios en Twitter y otras redes sociales. Y cuando el espectáculo, el circo, el puro teatro gobierna casi todos los ámbitos, va el propio teatro y se escapa de la enorme ola engullidora. Los hermanos Karamázov ha sido llevada al teatro; Dostoievsky ha sido llevado al teatro. Casi mil páginas de una de las novelas insignia del realismo ruso se han materializado en casi tres horas de representación, de fantástica interpretación. Cuesta reflexionar sobre las pasiones humanas en un mundo dominado por el espectáculo, por la superficialidad. Pero la vida está llena de paradojas y resulta que el teatro, el lugar pensado para la superficialidad, para la representación de un personaje, real o no, pero ficticio en el más puro sentido de la palabra, nos vuelve a hacer reflexionar sobre el dolor, la filosofía, la historia, la mentira, la verdad, el dinero, el poder y la vida.

No los hay más desdichados que los personajes de Los hermanos Karamázov. Si alguien quiere ver al Homo homini lupus que acaba inspirando lástima sólo tiene que coger un libro de Dostoievsky o de Tólstoi, tener paciencia y ganas de leer. Y si no, vayan al teatro. La familia Karamázov tiene eso que su creador llamaba "la sangre maldita", los genes malditos de una familia, que no es otra cosa que una alegoría de lo que significa a nivel moral y ético el impacto del comportamiento de un padre borracho, maltratador, machista y con poco respeto por cualquier cosa, en sus hijos. Como en toda buena novela, y también en una buena representación, los hay buenos y malos, más malos que buenos, pero todos son desdichados, y al final no se sabe donde está la bondad y donde la maldad. El secreto de los rusos es encontrar el lado bueno del ser humano en el agujero más profundo, cuando la familia se traiciona entre sí y parece no quedar nada de bondad, amor y otros sentimientos positivos. Dostoievsky no era tan positivo, pero Gerardo Vera, director de la obra, sí. El mérito no reside sólo en llevar mil páginas al teatro, sino en dar una auténtica lección de esperanza en la humanidad en la familia más desesperanzadora de la historia de la literatura. Un final emocionante sin necesidad de infoentretenimiento ni videos de gatitos congelados que acaban calentándose al lado de una chimenea americana. Asesinatos, traición, crimen, parricidios y mucho odio para sacar el lado tierno de los malos, que no es más que el lado tierno de la humanidad.

En mi imaginario particular, desde ahora Fiodor Karamázov tendrá la cara de Juan Echanove, al que siempre recordaré como un viejo borracho, un bufón, un maltratador sin escrúpulos, un enérgico maleante (Karamázov tendrá que compartir rostro con Miguel el de Cuéntame, pero es lo que tiene ser un buen actor).


No hay nada absolutamente que objetar a los musicales con grandes presupuestos y puestas en escena, con músicas en Digital Dolby Sourround y escenas en HD, tampoco a las noticias de gatitos congelados ni a los presentadores protagonistas, ni a los políticos boxeadores y tertulianos; pero tampoco viene mal, de vez en cuando, una reflexión, sosegada o pasional, una desconexión con la ficción para conectar con lo real, un pensamiento con esfuerzo, bajar a los infiernos para buscar algo de luz. Un enorme placer reencontrarme con la reflexión en un teatro cuando el teatro está en la calle.
   

martes, 12 de enero de 2016

La belleza del negocio

La belleza de una obra, el nombre y el talento del artista, lo etéreo, lo intocable, el arte. Todas las críticas artísticas siguen un patrón de contenidos, un tema recurrente del que no se pueden salir, pues ya no serían críticas de arte, sino otra cosa. Todas hacen su propio esfuerzo por retratar la calidad (o la poca calidad, según lo que haya desayunado el crítico) de una obra determinada, la genialidad de su creador, los rasgos bellos, los racionales, la justificación de la pintura, la escultura, el grabado... Qué bonito es el mundo del arte, reflejando el interior del hombre, su máxima expresión de creatividad, formando parte de eso que llamamos cultura y que abarca desde nuestra lengua y nuestros cuadros hasta el hecho de aderezar nuestros caldos con fideos, piedras o escarabajos, eso que muchas veces nos identifica y nos diferencia del resto, eso que tanto le gusta al hombre. Pero hasta el arte forma parte de un sistema de producción, hasta el arte cotiza en bolsa. También los artistas necesitan comer caldos, de fideos o de escarabajos, pero necesitan alimentarse, vivir, dormir entre cuatro paredes y, quien sabe, hasta tener un coche con el que poder desplazarse a pintar un paisaje, o a ver a sus madres, o a recoger a sus hijos a la escuela. La labor de un galerista está en la sombra; se asemeja mucho a la de un representante, y también tiene mucho de los antiguos mecenas que financiaban las obras de los artistas para que éstas pudieran hacerse visibles y revelarse ante el público.

Alberto Cornejo, director de la GaleríaBAT Alberto Cornejo de Madrid, lo tiene claro, "un galerista es el intermediario entre el artista y los coleccionistas, las instituciones y los museos", es decir, los compradores de los que depende que el artista vaya a recoger a sus hijos al colegio en coche o en bicicleta. Esta galería madrileña dedicada al arte contemporáneo nace oficialmente en 1977, aunque la suerte no le sonríe, "el mundo del arte no es un camino de rosas", y tiene que verse obligada a probar fortuna una segunda vez, en 1986, donde consigue afianzarse hasta la actualidad, llegando a participar en ferias como ARCO o Art Lisboa. Su punto fuerte, y excluxivo, es el arte contempóraneo, y su valor añadido, el arte también puede tener valores añadidos, es la puesta en contacto de jóvenes artistas desconocidos, de apuestas o inversiones, con auténticos mastodontes del mundillo, es decir, los caballos ganadores, los veteranos que aseguran ventas y afluencia de público en sus exposiciones (la Galería BAT ha llegado a exponer obras de Joan Miró). No es conocido el mundo de los galeristas, ni su oficio, que básicamente, aunque a mí no me parece tan básico, consiste en "separar el grano de la paja", lo que se traduce en aglutinar numerosos conocimientos sobre arte con los que poder tener una visión crítica para saber diferenciar caballos ganadores, esto es, artistas prometedores, de otros que no lo son tanto. Cornejo declara que el arte contemporáneo "es rentable con matizaciones", tantas como el propio arte en sí, tan subjetivas como la visión del artista, o incluso más, como la del comprador. El director de BAT afira que"Mantener una galería viva no resulta nada fácil", y explica que en muchas ocasiones es necesario "aportar capital personal para llevar a cabo algunas acciones". El arte es muy inestable, subjetivo, es ese mismo mundo en el que Van Gogh murió arruinado y sin oreja, mientras Duchamp le lanzaba un urinario firmado a los expertos de la Academia de Arte francesa y éstos lo convertían en una de las obras más recordadas de los movimientos artísticos contemporáneos. Y toda esta inestabilidad entraña riesgos, muchos riesgos, especialmente económicos.


Tampoco se escapa el mundo del arte del tsunami de las redes sociales y de las nuevas tecnologías. En BAT el olfato de los galeristas no sólo sirve para distinguir el olor de una buena obra del olor de una mala, sino para ser conscientes de los fenómenos que pueden cambiar y que están cambiando el paradigma, la forma de comerciar en el arte. Cornejo habla de internet, de las redes sociales y de "lo imprescindible que es globalizarse y utilizar los nuevos recursos para canalizar las acciones que se hacen". No parece un mensaje propio de alguien del mundo del arte, pero, y para ponerlo de relieve existe este artículo, el arte también tiene una cara sólida, superficial, tangible y, por lo tanto, comercializable, casi tan necesaria como la belleza y lo etéreo. Ahí es donde se mueve un galerista, a caballo entre la belleza y el negocio, en la belleza del negocio.


Alberto Cornejo de Curros. Director de la Galería BAT Alberto Cornejo de Madrid.

Nació en 1951.

Maestro Industrial. Cursó estudios de Ingeniería Industrial e Historia del Arte.

Con veinticinco años monta su primera galería.

Durante diez años dirige su propia Academia de Dibujo y pintura donde, con un nutrido grupo de profesionales de licenciados en Bellas Artes, se prepara a los alumnos para la entrada en la Escuela de Bellas Artes, así como la asignatura de Arquitectura de Análisis de Formas. También se prepara a los alumnos para la entrada en la Escuela de Restauración con las técnicas de Reintegración al Regatino.

Paralelamente comienza a editar obra gráfica de artistas contemporáneos españoles.

En 1986, la galería BAT alberto cornejo reanuda su proyecto galerístico el cual continúa a día de hoy cumpliendo este año 2016, los treinta años de andadura ininterrumpida.

Galería BAT Alberto Cornejo

Fundada en 1986, se dedica esencialmente a la promoción, edición y exhibición nacional e internacional de Artistas contemporáneos. La galería BAT trabaja con un concepto ecléctico, combinando exposiciones de artistas consagrados con jóvenes creadores en una multiplicidad de expresiones tales como: Pintura, Escultura, y Ediciones de Obra Gráfica Original.

En el año 1994 realizamos una exposición titulada:

Miró 100 años después, Exposición-Homenaje a Joan Miró. Esculturas y grabados de Miró, acompañadas de de Pinturas y dibujos de: Rafael Canogar, Joaquín Capa, Luis Feito, Joan Hernández-Pijúan, Antonio Lorenzo, Robert Llimós, Albert Ràfols Casamada, Gerardo Rueda y Perico pastor.

Las esculturas de Miró de grandes dimensiones, son sin duda las obras más importantes que han estado albergadas en la galería.


La galería BAT alberto cornejo ha participado desde 1986 en Ferias de Arte Contemporáneo tales como ARCO, Art Basel Edition, Art Chicago, Art Lisboa, etc. y Art Madrid de la cual es miembro Fundador.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Análisis de 'El Cultural'

Pocas publicaciones hay tan inamovibles y rígidas a lo largo de su historia como la revista El cultural. Ni la crisis del papel, ni la del periodismo en general han variado lo más mínimo el formato, los contenidos o la distribución de esta revista especializada en cultura y dirigida a un público especializado que busca críticos y líderes de opinión con buena pluma que analice el panorama cultural de forma semanal (también recoge temas que pertenecen a la ciencia, pero, tal y como defienden desde la publicación, la ciencia es parte de la cultura). Uno de los signos de esta línea continuista que se aleja, hasta el momento, de los cambios, es el hecho de que tanto su presidente, Luis María Ansón, como su directora, Blanca Berasátegui, sigan siendo los mismos desde su lanzamiento en el año 1998. El cultural nació como lo que sigue siendo hoy en día, un suplemento de un periódico generalista, sin embargo, debido a sus caracteristicas, no se puede afirmar que se trate de un suplemento al uso: en primer lugar, porque los suplementos son "fieles" a sus periódicos, es decir, nacen como un brazo más de la publicación generalista, cuyo propósito es cubrir de forma especializada un determinado sector de la información, en este caso la cultura; esta publicación nació ligada a La Rrazón, periódico que en aquel momento era dirigido por el propio Luis María Ansón; sin embargo, un año después de su lanzamiento, la revista dejó de ser distribuida con La Razón para pasar a formar parte de Unidad Editorial y distribuirse de forma conjunta, como suplemento, con el diario El Mundo, relación que se mantiene en la actualidad. Sin embargo, si analizamos y profundizamos en los contenidos de El cultural y lo comparamos con otros suplementos de otros diarios, como Babelia, el suplemento cultural del El País, podremos comprobar que estamos ante dos publicaciones diferentes en lo que se refiere a sus relaciones con su madre nodriza, el periódico generalista con el que se distribuyen. Babelia no tiene página web propia, sino que tiene una sección dentro de la página web del periódico, mientras que El cultural tiene página propia e independiente de El Mundo; además, los contenidos del suplemento del El País suelen estar realizados por redactores que también escriben en la sección de Cultura del Periódico, mientras que a uno de los pocos colaboradores (tampoco tan habituales) que podemos ver entre las páginas de El Mundo y de El cultural al mismo tiempo es Arcadi Espada (quizá me dejo alguno, pero no suele ser lo habitual).


Fiel a su línea, El cultural no ha variado la forma de tratar y catalogar sus contenidos, es decir, mantiene su estructura o esqueleto desde prácticamente su nacimiento: tiene un apartado denominado Letras, donde trata todo lo relacionado con el mundo de la literatura, el periodismo cultural, los ensayos, etc; otro, Arte, donde caben la pintura, la escultura, exposiciones y todas las formas que puedan presentar las artes plásticas; Escenarios agrupa toda la información y crítica teatral, musical y relacionada con el espectáculo; mientras que en Cine podemos encontrar todo tipo de críticas y reportajes, de actualidad o atemporales, sobre el séptimo arte. Además de las secciones temáticas, la revista que preside Luis María Ansón tiene varias secciones habituales que no tienen que ver con sectores o ramas de la cultura: Primera palabra es una reflexión, en la primera página de la revista, que el propio Luis María Ansón hace sobre un determinado tema relacionado con la cultura (opinión sobre algún escritor o periodista, crítica hacia las decisiones de la RAE, o incluso algún patrocinio desinteresado de empresas o iniciativas promotoras de cultura); Entre dos aguas es la sección de la revista dirigida a la ciencia, donde escribe, de forma exclusiva, José Manuel Sánchez Ron, mientras que Inteligencia ajena, sección de Gonzalo Torné, está dedicada a analizar aspectos culturales en internet, con especial atención a las redes sociales. Estas dos últimas secciones, Inteligencia ajena y Entre dos aguas, son la principal novedad de una revista, como decía, bastante rígida. Esto es lo último, colocada en la última página, es la sección de entrevistas de la revista. El Cultural cuenta con un amplio elenco de críticos y redactores (Fernando Díaz de Quijano, Alberto Ojeda, ángel Basanta, Juan Avilés, Saioa Camarzana, Rafael Narbona, Luis Ribot) que llenan sus páginas cada semana. Además, desde el año 2007, la revista otorga el Premio Valle-Inclán, galardón destinado a los mejores profesionales del teatro madrileño. 


viernes, 18 de diciembre de 2015

El 'Grito' de Munch, y ya

El grito de Munch: una de las pinturas más reconocidas de la historia del arte contemporáneo, una de las obras cumbres que marcó el camino de la vanguardia y también una de las grandes precursoras de lo que algunos años después se conocería como expresionismo. Pubertad: otra de las obras de Munch que contiene exactamente las mismas características que El grito, Madonna, o Vampiro. Lo único que diferencia estas últimas pinturas de la cara desfigurada del hombre que grita de angustia en un puente es que cuando oímos su nombre, se forma en nuestra mente exactamente la forma de un hombre que grita de angustia en un puente. Seguramente con Madonna no se nos venga a la cabeza con tanta facilidad la figura de una mujer cadavérica rodeada por espermatozoides asesinos (quizá no se nos venga nada a la cabeza); o con Pubertad, la imagen de una niña sentada sobre una cama con sus brazos, kilómetricos y desproporcionados, tapando su sexo, y cuya propia sombra la acecha mostrando su propio lado oscuro. Esto no se debe a ninguna enfermedad, ni siquiera a la ignorancia, sino que se debe a otro mal: el imaginario colectivo. Cuán selectivo es este imaginario y cuántas grandes obras deja a las puertas de la gloria que otorga su recuerdo para la posteridad.

Munch pertenece al no tan selecto club de los autores conocidos por una sola obra. Es cierto que en el caso del pintor noruego esto se cumple con precisión, es decir, de Munch normalmente sólo se conoce El grito, pero el imaginario colectivo también hace mella en otros grandes artistas. El David de Miguel Ángel (considerado por muchos el mejor artista de todos los tiempos) no tiene la misma repercusión que La creación de Adán u otros frescos que el artista pintó en la Capilla sixtina; sin duda esta obra es mucho más reconocible que las "secundarias" de Munch, pero no son tan populares como David. Tampoco conocemos a Da Vinci por los paisajes que pintó del Valle del Arno, sino que su figura se asocia a la de la Gioconda o a La última cena. Sin embargo, aunque el imaginario colectivo haya alcanzado a Munch y, en cierta medida, a otras obras de grandes pintores y artistas, existen categorías inferiores dentro de la pirámide de la popularidad a la que el imaginario colectivo ha relegado a otros artistas, con los que sí se ha cebado. Ensor es el compañero de viaje de Munch, el otro gran precursor del impresionismo, el artista que pintaba esqueletos y cuya misoginia era casi tan patente como la oscuridad de sus temas. Y qué decir de Egon Schiele, el otro gran pintor, junto a Munch, cuyos problemas psicológios (especialmente su visión del sexo y la sexualidad) dieron grandes obras del expresionismo. Ninguno de estos dos artistas tienen una obra popular, reconocible, a través de la que se los pueda identificar; sobra, por supuesto, su comparación, en términos de identificación, con Miguel Ángel o Da Vinci. Así es el imaginario colectivo y su justicia, no podía ser que todos destacaran, sino todas las exposiciones tendrían el mismo precio y sería muy difícil distinguir las buenas obras de las malas (la crítica artística tiene muchos tics del imaginario colectivo).


Los arquetipos de Munch, expuestos en el Museo Thyssen de Madrid, recogen la vida del artista; no digo su obra, dado que, en el caso de Munch, vida y obra van de la mano. Es un precursor del expresionismo porque supo exteriorizar, materializar y convertir en pintura su pulsión interior, sus percepciones de la vida. Por eso es tan bueno (por eso y porque era negativo y depresivo, y todos sabemos que las malas noticias se leen más que las buenas). Ir a ver una exposición de Munch no sólo sirve para conocer lo que hay más allá de su Grito, sino también para comprender a un artista que no podía expresar su angustia interior y su visión negativa de la vida a través de medios convencionales como la palabra o el llanto, pero que lo hizo a través de la pintura, regalándonos grandes obras y también sobreviviendo, como buenamente puede, a la cruel selección del imaginario colectivo. Gran artista. 


martes, 8 de diciembre de 2015

El arte, una herramienta del poder

Se ha dicho en muchas ocasiones que la cultura, donde evidentemente incluimos el arte, representa los valores, sentimientos y la esencia de un pueblo; eso aplicado a las relaciones de poder daría como resultado que la cultura es una forma de manifestación de poder; esto queda comprobado cuando observamos los orígenes más primitivos de la desigualdad (ir a un museo no sólo sirve para ver cuándo el hierro desplazó al bronce como material de construcción, sino también para ver los primeros órdenes jerárquicos y el nacimiento de las primeras élites, precedentes muy primitivos de las clases sociales actuales). En iberia, territorios que hoy en día llamamos España y Portugal, allá por el año 1.000 a.c, las neonatas élites militares de los diferentes pueblos materializaban sus diferencias sociales a través del arte que se utilizaba en los ritos funerarios. Los poderosos se eterraban en cámaras, en recipientes mortuorios decorados con símbolos, pinturas, esculturas, y grafías que los identificaban socialmente y, en muchas ocasiones, los relacionaban con divinidades (no hablemos ya de Egipto, donde lo más destacable no es que el faraón fuera considerado un dios, sino más bien los esfuerzos artísticos que se realizaban porque esto quedara bien claro cuando moría). Sin embargo, cuando los romanos, muchos años después, conquistaron a los pueblos íberos (luego hispanos), la cultura del Imperio Romano se extendió por estos territorios y los antiguos ritos funerarios y su arte quedaron marginados hasta su desaparición total. Los romanos nunca impusieron su cultura, es decir, es evidente que la Pax romana y sus leyes no eran del agrado de los pueblos hispanos, esto es, que se impusieron con violencia; sin embargo, esto no ocurrió con la cultura. Las élites hispanas quedaron maravilladas ante la cultura romana y comenzaron a vestirse y a decorar sus casas como las de los Flavios, Augustos y Titos. Más tarde, las clases populares imitaron a las élites (esto sucede porque se identifica arte con poder. En el siglo IV d.c, las élites hispanas y los romanos decoraban sus casas con mosaicos y frisos, y compraban armas con empuñaduras de oro, mientras que el pobre campesino, que podía vender sus lechugas en el mercado, intentaba ahorrar su dinero para encargar su propio friso en su casa de barro y paja, y así sentirse identificado con el poder, sentirse parte de ese poder. Bastante tiempo después, en los siglos XVIII y XIX, los ricos iban a la ópera y hacían comentarios sobre obras científicas y literarias en cafés y tertulias, mientras que el obrero sabía con certeza que haber visto cantar a un tenor significaba ser poderoso, ilustrado, burguesía, élite, o como se quiera designar, según la época y los gustos).


También podemos hablar de la creación y difusión del arte, cuyo copyright era exclusivo de la iglesia en etapas como la Edad Media (período tan largo como oscuro) y el Renacimiento; pero aún cuando la iglesia perdió algunos de estos derechos de creación y difusión de contenidos artísticos, estos no fueron a parar a las clases populares, evidentemente, sino a los monarcas europeos, que llenaron sus salones con cuadros, esculturas y miniaturas, creando, de esta manera, colecciones artísticas que dan para llenar museos de varios pisos de altura. Luego llegó la burguesía, los Medici, contratando a Miguel Ángel y haciendo de Florencia la capital cultural del mundo (antes que la cultural ya era la económica, en términos de potencial, pues estaba llena de la primera burguesía de banqueros que aspiraban a dormir con la guardia papal en la puerta y a ser bautizados como Francisco, Juan Pablo o Pío). El arte, pobrecito mío, ha sido instrumentalizado históricamente como una herramienta de distinción, de poder (militar, social, económico) y como un elemento de desigualdad; y aunque, con el paso del tiempo, se han pretendido corregir algunas "desigualdades artísticas" y dejar de jerarquizar también el arte, a lo máximo a lo que se pudo llegar, hasta hace bien poco, es a crear términos como "arte social" o "arte popular", que aparecen en los libros de historia del arte contemporáneo, en las últimas páginas, en pequeñito. En la actualidad, el arte tiene una imagen más popular y por la tele salen auténticos monumentos audiovisuales del graffiti y del ate urbano, pero los artistas cuyas obras tienen su hueco en los grandes museos tienen padrinos, y no de bautizo, con nombres y apellidos, padrinos poderosos que saben algo de relaciones, de poder y de influencia, pero quizá no tanto de arte; o quizá es lo mismo, quien sabe.


  

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Muere Vargas Llosa, muere el boom

Ayer, 2 de noviembre, murió en Madrid a los 79 años el escritor peruano Mario Vargas Llosa. El novelista y ensayista hispanoamericano está considerado como uno de los autores contemporáneos más importantes, cuya obra ha sido reconocida con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986) y el Premio Nobel de Literatura (2010). El autor deja un legado en el que se incluyen varias de las obras literarias más importantes de la contemporaneidad, como La Ciudad y los perros (1962), Conversación en la Catedral (1969) o La fiesta del chivo (2000).

Vargas Llosa, hijo único, nació en el seno de una familia de clase media en la ciudad peruana de Arequipa. Estudió en un colegio militar, situación que le marcaría y que impregnaría su primera obra, La Ciudad y los Perros, donde el autor muestra con un descarado sentido de la realidad cómo influyen en la formación y conformación de la persona, la persona adulta, todas y cada una de las experiencias vividas, a través del ejemplo de varios niños que estudian en un colegio militar regido por una agresiva disciplina propia de la época y que luego se incorporan y pasan a formar parte de la sociedad civil. Escritor contemporáneo en el mayor sentido de la palabra, capaz de beber en las fuentes y mezclar los géneros de autores tan dispares como Flaubert, William Faulkner o Gabriel García Márquez, fue uno de los defensores de la novela total y el encargado de dar el pistoletazo de salida a lo que se dio a conocer como el Boom literario latinoamericano, la etapa dorada de latinoamércia en cuanto a producción y calidad de obras literarias. Vargas Llosa también fue un maestro a la hora de describir realidades a través de historias ficticias, en su caso realidades históricas como las de su Perú natal o la de República Dominicana, esta última fielmente reflejada en la obra La fiesta del chivo, donde hace gala de su estilo fusionando elementos de la realidad recogidos en documentos históricos con otros cuya única fuente residía en su imaginación. Escritor polifacético, también se atrevió a literalizar el amor, creando, a través de su novela Travesuras de la niña mala, una versión del amor alejada del idealismo, donde el sufrimiento es parte inevitable de un sentimiento que es positivo y negativo a partes iguales.

Además de su calidad y su maestría como autor, Vargas Llosa pasará a la historia por su elegancia, sobriedad y sus buenas maneras que no le impedían hacer una crítica mordaz y, en ocasiones, agresiva hacia ideologías que no compartía. Verso político suelto entre escritores de izquierdas (era el único liberal), mantuvo una relación de admiración y animadversión hacia su mentor, amigo, enemigo y rival político y literario, Gabriel García Márquez, también fallecido. Tras la muerte de Gabo, y con la sobriedad que le caracterizaba, Vargas Llosa escribió públicamente en el diario El País sus condolencias a la familia de García Márquez, del que dijo que siempre se recordarían sus obras. La teoría de la vida eterna es más probable entre los genios que en ningún otro ámbito, ya que sus obras, las del genio literario Vagas Llosa, el detonante del Boom latinoamericano, perdurarán y harán disfrutar a todas las generaciones venideras que podrán conocer al autor a través de su literatura.


'Este es un obituario ficticio realizado como práctica para la asignatura de Periodismo especializado en ciencia y cultura'.